La historia de este emblema de la cocina española comienza en los años 70 en Sitges, cuando los padres de Sacha Hormaechea, Carlos y Pitila, montan el primer restaurante. Dos años después se trasladan a Madrid para montar un local de seis mesas, el mismo que ampliado ahora regenta el chef, que tuvo que pasar a primera línea y aparcar su carrera de fotógrafo cuando falleció su madre en 2001.

A día de hoy, en ese restaurante decorado como un bristot y totalmente acristalado, Sacha sigue reuniendo a amigos alrededor de unas mesas copadas de cocina de emoción, lejos de cualquier moda o guion. De eso hablan las ostras fritas y escabechadas, la falsa lasaña de erizos o la tortilla vaga. De eso hablan las mejores sobremesas de la capital.